El FMI en su informe de Perspectivas Económicas Mundiales,
señala para las economías avanzadas un retroceso medio del PIB del 6,1 %. Una
previsión que es aún más pesimista para la eurozona, ya que el
conjunto del área de la moneda única retrocederá un 7,5 %, (supera en
más de dos puntos la caída de Estados Unidos del 5,9 %; o de Japón del 5,2 %).
Aunque la contracción es
más importante en Italia y España: para nuestro país pronostica que el PIB
caerá un 8% este año, tras Italia con un -9,1%. También es notable en el caso
de Francia (7,2 %) y Alemania (7 %). Grecia registrará un desplome de dos
dígitos (10 %), seguida por Letonia (8,6 %) y Lituania (8,1 %). Portugal y
Eslovenia caerán un 8 %, lo mismo que España. Por su parte, la economía
del Reino Unido retrocederá un 6,5 %.
El PIB mundial se
contraerá un 3 % (superior a la caída de la crisis financiera de 2008). Todo
ello, lógicamente, dependiendo de cuál sea la evolución de la pandemia para la
segunda mitad de este año.
La Reserva Federal, a
través de su presidente Jerome Powell, ha asegurado que “hay un sentimiento
creciente de que la recuperación puede ser más lenta de lo que nos gustaría,
por lo que se necesitará más apoyo fiscal, para superar una crisis de la que Estados
Unidos tardará en recuperarse más de lo que inicialmente se estimaba”.
La realidad, es que, para
la zona del euro en particular, la situación económica previa a la crisis
sanitaria, no estaba exenta de amenazas. Pero la pandemia nos ha abocado a una
crisis económica que, encontrándonos en sus inicios, puede tener una gravedad e
intensidad auténticamente catastróficos.
Quizá hay que esperar
algo más, para dar tiempo a conocer más datos y cifras de las instituciones
mundiales y nacionales respectivas. Pero creo que si es posible mostrar desde
una perspectiva puramente macroeconómica la situación que se avecina.
Vaya por delante que
pocos economistas, incluso ultraliberales -me atrevo a decir que ninguno- se
atreverían a defender en esta encrucijada, aquello del “Laissez faire et
laissez passer”, o “La mano invisible”, es decir, no intervenir, y dejar que
sea “teóricamente” el mercado el que de solución a los problemas existentes.
Pues bien, superado el
planteamiento anterior, fundamentalmente, la política económica, con
independencia de las reiteradamente citadas reformas estructurales, tiene dos
campos de actuación: la política monetaria y la política fiscal.
Como consecuencia de la
crisis financiera iniciada en 2008, la política monetaria llevada a cabo
por los Bancos Centrales de todo el mundo desarrollado ha consistido en
incrementar, hasta cifras auténticamente colosales, la liquidez u oferta
monetaria o cantidad de dinero existente. Para ello ha actuado incrementando la
Base Monetaria a través de las llamadas operaciones “quantitative easing
(acrónimo QE) o de expansión cuantitativa, alcanzando, desde una perspectiva
histórica, cifras auténticamente record: sólo el BCE ha comprado en el mercado
más de un Billón de euros, y acaba de anunciar en el pasado mes de marzo, un
nuevo programa de compra de deuda pública, bajo el nombre de “Pandemic
Emergency Purchase Program”, de 750.000 millones de euros.
En definitiva, el BCE va
a continuar con la “barra libre de liquidez”, inyectando una colosal cantidad
de dinero en la economía: se compran bonos, ya incluso de los denominados
“basura o de escasa calidad crediticia”, que se pagan emitiendo, a raudales, dinero
como contrapartida… dinero en el componente principal que existe desde hace
años, es decir, depósitos a la vista en el banco central que son movilizados
por los bancos comerciales, creando a su vez más dinero bancario (depósitos a
la vista o cuentas corrientes en estas entidades, con las que prestan o
realizan pagos).
El llamado “dinero legal”
o billetes y monedas no tiene prácticamente importancia respecto a la oferta
monetaria total (recuérdese que incluso se postula su completa desaparición).
Esa tremenda inyección de
dinero, ha llevado a tasas o tipos de interés (los fijados por el propio Banco
Central, y a los tipos en el mercado interbancario) a tasas de interés próximas
a cero, e incluso negativas.
La finalidad de esta
política monetaria es. precisamente, bajar los tipos, de forma que se consiga
aumentar la Inversión en la economía (las empresas tienen más incentivos para
invertir, ya que baja el coste de los recursos financieros que precisan).
Este aumento de la
Inversión, debe favorecer un aumento de la demanda efectiva interna,
propiciando, por tanto, un aumento de la actividad y del producto en la
economía.
Pues bien, analicemos que
está ocurriendo en estos momentos: las caídas tan bruscas del PIB que se están
produciendo, a través del llamado en la teoría macroeconómica “Acelerador”, dan lugar o inducen a una
caída de la Inversión Neta en la economía (entre otras razones, ya que si
empeoran las expectativas de la demanda aumentará la incertidumbre, contrayendo
la materialización de los posibles proyectos de inversión).
Y aparece un nuevo
problema, y es que a través del llamado “Multiplicador
de la Inversión”, la disminución en esta variable dará lugar a una
disminución mayor en el PIB (decrece más el producto de lo que ha caído la
inversión).
Esas mayores caídas del
Producto deprimen aún más a la Inversión, y así sucesivamente… se produce la
llamada “interacción del multiplicador y
el acelerador” de forma que se entra en una situación de caídas del
producto continuas. Una grave recesión económica, que además si va unida a la
temida “deflación” (caídas de los precios), supone la entrada en una situación
de depresión tremendamente grave. En todo este panorama, crece el desempleo y
disminuye el consumo privado, por caídas de la renta, y por las expectativas de
mayores caídas en los precios.
En ese cuadro, la
política monetaria ya no tiene “munición”: los tipos de interés, como es el
caso actual, están próximos a cero, y por tanto no pueden bajar más. La
política monetaria deja de ser eficaz. Salvo el importante objetivo de
facilitar la liquidez o préstamos a las empresas para que puedan, hasta cierto
punto, mantener el empleo o, incluso, subsistir.
Pero desde luego, como
instrumento de incentivar a la demanda y por la tanto el PIB, no tiene eficacia.
Si, además, se entra en una situación de deflación, la política monetaria
pierde su importancia como instrumento expansivo.
Veamos que ocurre con el
otro instrumento: la política fiscal. Como es sabido, si es expansiva se articula
a través de las bajadas de Impuestos, o bien mediante el incremento del Gasto
Público, aumentando, por tanto, el déficit público, que ha de ser financiando
mediante la emisión de Deuda Pública.
El objetivo, si se
articula a través de las bajadas de impuestos, persigue incrementar el consumo
privado. Pero el problema es que, si se dirige básicamente a segmentos de
mayores rentas, dada su menor propensión marginal al consumo, lo que podría
incrementar es el Ahorro y no el Consumo.
Por el contrario, si
tiene lugar por el lado del incremento del Gasto Público, ha de llevarse a cabo
a través del aumento de los Gastos Corrientes o consumo de la Administración
(pagos al sector privado y a funcionarios), o bien acometiendo un programa de
Inversiones Públicas que a su vez incrementen la capacidad de obtener en el
futuro la posibilidad de obtención de un mayor PIB en la economía (inversiones
productivas).
Actualmente, si las
economías ya tienen un importante volumen de Deuda Pública, la Política Fiscal
se encuentra limitada. Podría alcanzar volúmenes indeseados que motiven un
aumento de las Primas de Riesgo (mayores intereses en las colocaciones de bonos
en el mercado), agravando el problema al crecer aún más el endeudamiento.
De lo anterior se deduce
la importancia de que, en el ámbito de la Eurozona, conscientes del peligro que
supone para la estabilidad del Euro y de la propia área, se materialice el
apoyo financiero y la realización de inversiones que logren tirar de la demanda
y superar la crisis.
Un problema fundamental
es que, si no se logra al menos contener la pandemia, cayendo en nuevas oleadas
de contagios y muertos, se agravará tremendamente el problema económico. En
este contexto, tampoco cabe esperar el crecimiento de la demanda externa o
exportaciones, que también se han debilitado considerablemente al cerrarse el
comercio internacional.
En este contexto es de
esperar que se materialice una de las actuaciones financieras más importantes
de la Unión Europea. Se trata del Plan de Reconstrucción al que el
Consejo Europeo dio luz verde el pasado mes de abril. Está pendiente de
discusión el tamaño, su financiación por contribuciones y/o apelando al
endeudamiento común, su distribución entre transferencias a fondo perdido y
créditos, y su reparto geográfico y sectorial.
Es urgente la materialización
de ese Plan. De forma que los 27 Estados de la Unión Europea puedan acceder a
sus recursos para conseguir la recuperación económica.
Veremos a ver… se propone
que el Plan alcance los dos billones de euros y que se dispense en mayor
proporción de subsidios que de créditos. Hace falta más contundencia y menos
retórica. Nos jugamos mucho, quizá hasta la propia supervivencia del euro y de
la Unión Europea.
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