viernes, 13 de marzo de 2009

La deflación: ¿una amenaza o una realidad?

¿Qué es la deflación?

Se trata de un proceso de caídas continuas en los precios, en un contexto de recesión (disminución del Producto Interior Bruto o producción obtenida en la economía), y además, todo ello, acompañado de unos tipos de interés muy bajos (próximos a cero). Se conforma, un negro panorama, que se conoce como Depresión.

¿Por qué es malo entrar en una “espiral” de bajadas de precios?

El ciudadano medio no entiende por qué es malo que bajen los precios. ¿Cómo es posible? Con lo bueno que sería para la gran mayoría de las economías domésticas, las de casa, que tal cosa suceda.
Pues bien, los economistas diferencian entre desaceleración cuando el PIB crece menos que en periodos anteriores; estancamiento si se mantiene estable; recesión cuando disminuye al menos durante dos trimestres consecutivos y, finalmente, lo peor es la depresión, donde no solamente disminuye la producción y el empleo existentes, sino que se entra en una continua caída de los precios –deflación- donde los ciudadanos compramos aún menos, esperando que bajen más los precios, por la desconfianza en el futuro o por disminución de los ingresos. Aumenta el ahorro, aunque esté cayendo la renta de las familias. La espiral descrita plantea una situación de la que los economistas no tienen muy claro cómo salir.
Se desencadena un círculo vicioso y perverso sobre todo para el comercio. Con los precios bajando, la demanda cae porque el consumidor no compra ante las expectativas de que todavía bajen más los precios. Y si las empresas y comerciantes no venden, además de aumentar el despido, se verán obligados a bajar más los precios (siempre y cuando puedan cubrir sus costes).
No es suficiente con que existan bajadas de los precios –que ya las hay de hecho-, y probablemente en la zona euro se produzcan tasas de caídas (en términos interanuales) durante los meses de mayo, junio y julio. Una situación similar, probablemente, se produzca en España entre mayo y septiembre. La evolución de los precios en febrero apunta a ese descenso, con la tasa interanual de inflación registrada del 0,7%, la más baja de los últimos 40 años (de agosto a enero el IPC ha sido del - 0,8%).

¿Es posible luchar contra la deflación?

Hay que partir del hecho, de que la deflación se produce como consecuencia de una insuficiencia de la demanda en la economía, por lo que se deben acometer políticas para incrementar el consumo.
La deflación tiene peor terapia que la inflación. Ya que de un lado, la política monetaria en manos de los Bancos Centrales no sirve para nada (los tipos de interés han agotado su recorrido a la baja, estando muy próximos a cero). ¡Se ha agotado la munición!
A los Gobiernos sólo les queda la política fiscal, es decir, el déficit público, incrementando la inversión pública. No son posibles bajadas de impuestos, ya que ¡perdón por el tecnicismo! se entra en llamada “trampa de la liquidez”: básicamente que los agentes a los que sobra dinero lo acumulan más sin destinarlo al consumo (esto lo demostró Keynes y Robertson).
La realidad es que Japón a finales del siglo pasado estuvo diez años en esa situación de la que no es fácil salir. Quizá, ahora, esté de nuevo en el mismo delicado trance.
El pavor a la deflación explica la acelerada carrera por generar una liquidez de proporciones galácticas mantenida en EE UU. La amenaza de deflación es la variable que amenaza al panorama económico. El riesgo existe, pero hay que pensar en cuál es la probabilidad de ocurrencia, y en las condiciones que habrían de darse para que sus efectos se amplifiquen de forma catastrófica.
Una situación real de deflación -espiral de caída de precios- requiere, sobre todo, que las expectativas de todos los agentes económicos y mercados sea de que los precios van a seguir bajando de forma indefinida o durante un plazo indeterminado. Ello motiva que se aplacen las decisiones de consumo. Algo como lo que está ocurriendo en el mercado de la vivienda en España.
El pésimo estado de ánimo es el que frena el crecimiento, ocasionando unas consecuencias económicas devastadoras. Aunque no debe descartarse esa situación sin más, para la mayoría de los analistas en Europa, la probabilidad de que se desencadene una espiral deflacionista es baja. Ahora bien, debemos recordar cuándo, en los inicios de la crisis financiera, se decía que Europa iba a quedar aislada de sus efectos.
Va a depender, en gran medida, de la evolución del crédito. Si las autoridades no consiguen dirigir la exorbitante liquidez proporcionada por los bancos centrales hacia los créditos a empresas y particulares, el consiguiente retroceso de la demanda agregada (consumo e inversión) terminará desencadenando una espiral deflacionaria.

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