lunes, 11 de noviembre de 2013

¿PELIGRO DE DEFLACIÓN? ¿TOQUE A ALEMANIA?

Berlín se mofa de las críticas, acusando a los demás países de envidia.

Y es que, aunque el modelo exportador alemán viva un momento brillante:
- sus exportaciones superan a las de Francia, Italia y Reino Unido juntas - ese  virtuoso superávit exterior dificulta la salida de la crisis a la castigada periferia europea.

El Fondo Monetario Internacional, el G-20, y Estados Unidos vienen advirtiendo de sus efectos negativos para la recuperación europea… Sólo era cuestión de tiempo que, con una situación de anemia económica y la amenaza del  demonio de la deflación, también los socios europeos empezaran a desconfiar.

La vieja Europa se encuentra dividida en dos: de un lado, países históricamente deficitarios (Italia, España, Portugal y Grecia, que han mejorado su desequilibrio exterior básicamente por el desplome de la importación); y de otra países superavitarios (Holanda, Alemania y los escandinavos). Para reducir esa fractura se ha aplicado la bajada de salarios o devaluación interna del Sur, a la espera de que las economías del Norte gasten, inviertan, y suban sus salarios. Ahora bien, si economías como la  española reducen sus costes laborales  y la de Alemania no los aumenta  “el reajuste es mucho más complicado”.

Han saltado todas las alarmas, pese a que no parece el mejor momento: no hay Gobierno alemán, la Comisión está ya casi de salida, la banca sigue despertando dudas y el mensaje de los últimos meses, “ese buenismo de lo peor ya ha pasado”, está en entredicho.

Las grises previsiones de Bruselas y la sorprendente actuación del BCE demuestran que, una vez más, Europa ha pecado de optimista: en el mejor de los casos viene una larga temporada de estancamiento, paro elevado, escasa inflación y otros síntomas japoneses.

Los expertos consideran que el BCE ha ganado tiempo, pero que de seguir así no tendrá más remedio que adentrarse en actuaciones inexploradas: llevar a cabo más medidas extraordinarias, aprobando las mismas acciones que el resto de grandes bancos centrales, con compras de activos o tipos negativos. Algo que Alemania “no quiere ver ni en pintura”.

El comisario de Asuntos Económicos y Monetarios, Olli Rehn, tiene claras las recetas: subidas salariales, más inversiones en infraestructuras, incentivos a la inversión privada y liberalización de servicios.

Señalan fuentes comunitarias que “la década pasada Alemania hizo sus deberes con la necesaria ayuda de un entorno de crecimiento del resto de Europa. Ahora, la eurozona necesita estímulos en Alemania, y puede recordarle a Berlín que Merkel no ha hecho una sola reforma”.


Curiosamente, los grandes partidos alemanes ultiman medidas que guardan un extraño parecido con lo que quiere Bruselas para sellar la gran coalición: un salario mínimo y un empujón a las inversiones en infraestructuras, educación y energía. 

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